¿Qué tiene que ocurrir para que vuelva la gente joven a los pueblos vaciados?
Dentro de mi recorrido para visitar las 28 provincias con mayor riesgo de despoblación en la primera camper eléctrica, una parte fundamental ha sido entrevistar a personas mayores que viven aún en los pueblos en los que nacieron. Son todos ellos los últimos bastiones antes de cerrar las compuertas definitivas de la España rural (y abrirla a las granjas de energías renovables).
Ha sido un regalo hablar con tranquilidad y sin marcar el tiempo con pastores que conocen el carácter de cada una de sus ovejas y que casi mantienen el oficio por devoción, más que por ganancia. Las dificultades administrativas, el papeleo y el elevado margen de los intermediarios provoca que no lleguen a ser competitivos con la industria cárnica.
Lo mismo ocurre con la agricultura, que va abandonando las prácticas tradicionales de cuidado de la tierra, para pasar a una agroindustria en la que se desperdicia alrededor del 30% de la producción y en la que puede que el productor reciba el 1% de lo que pagamos.
La nueva Política Agraria Común (PAC) europea sigue sin resolver estos fallos de mercado y sin incorporar las externalidades negativas de lo que compramos. Aunque haya jóvenes que se atrevan a trabajar en el sector primario, el mercado les arrastra a sistemas intensivos de producción agraria y ganadera, en los que la ganancia llega de la cantidad más que de la calidad, en los que no premiamos las prácticas buenas para nuestra salud y la de los ecosistemas.
Y así los pueblos se han vaciado de personas dedicadas al pastoreo y a la cultura agrícola. Y se vacían las dehesas de rebaños, para llenarse de paneles solares y monocultivos. Y nuestro paladar y bolsillo van prefiriendo los tomates que no saben a tomate y los embutidos procesados para los que solo hay que abrir un envoltorio plástico que nos devolverá el mar en 30 años.
Parece inherente a la humanidad pensar que aspirar a vivir mejor pasa por hacer cotidiano lo que para nuestros abuelos era excepcional (como comer carne) y acercarnos a lo que proyectan las personas con más recursos (muy alejados del mundo rural y de la austeridad). Esto provoca que miles de millones de personas habitemos el planeta muy por encima de las capacidades que éste puede soportar, y que los otros miles de millones quieran acercarse a esas proyecciones.
En lo relativo a la alimentación, la demanda diaria de proteína animal, en cantidades mucho mayores de las que necesitamos para tener buena salud, ha disparado la creación de macrogranjas en muchas zonas de Castilla y Aragón y la sobre pesca de arrastre. Los datos sobre el impacto de la ganadería intensiva en las emisiones, deforestación, contaminación por químicos o monocultivos para pienso se vienen repitiendo hace más de una década.
La polémica sobre las macrogranjas vuelve una y otra vez con la eterna tensión y polaridades entre una economía que no incorpora las externalidades negativas que causa en los ecosistemas, y la necesidad de tener en cuenta el impacto socioambiental de la ganadería intensiva en el mundo rural. Este artículo recuerda los cinco elementos principales que hay que tener en cuenta sobre las macrogranjas, y la contradicción que existe al apoyar los compromisos de 2050 y de la nueva PAC a la vez que el apoyo actual a un tipo de industria que no genera empleo rural de calidad, contamina el entorno, es nociva para la salud.